Plomo. Juan Toro
En
el arte moderno y contemporáneo -al menos en sus manifestaciones más radicales-
la belleza es percibida como una envoltura frívola, tras la cual se esconde una
realidad hostil y desencantada. Es cierto: lo bello y lo bueno, la estética y
la ética, no siempre son compatibles.
Sin embargo, a veces la belleza nos agarra desprevenidos, como cuando un
proyectil a la deriva alcanza a una víctima indefensa.
“Plomo”,
muestra fotográfica de Juan Toro (Caracas, 1969), recrea esa simbiosis perversa
donde lo hermoso es sinónimo de horror y
muerte. La exposición está integrada por
una serie de 16 fotografías realizadas
entre 2011 y 2012, en las cuales el artista registra restos de balas
(esquirlas, casquillos, perdigones). El conjunto plantea la relación entre arte
y violencia, creando una suerte de taxonomía forense de aparente neutralidad.
En
esta ocasión, Toro adopta una postura metódica y más sosegada. A diferencia de
sus trabajos anteriores, en estas
fotografías no hay sangre en el asfalto, ni cadáveres amortajados con sábanas.
Tampoco hay cuerpos tiroteados ni deudos impotentes. Lo que hay son metales
deformes con ornamentos exóticos que semejan joyas monumentales. A partir de
allí, el artista ha construido un inventario visual de la infamia cotidiana,
trofeos residuales de la violencia callejera, esa que aun campea al margen de
las políticas de desarme instrumentadas oficialmente.
La
propuesta de Toro parece rememorar episodios de la escultura antigua y moderna.
Son imágenes donde la evidencia criminal asume formas caprichosas -esféricas,
irregulares, cilíndricas, cónicas-, emulando el aura rústica de los volúmenes
escultóricos. Sin embargo, esos arañazos, deformidades y desprendimientos que
aparentan ser parte de un repertorio plástico, son en realidad indicios de un
mal que cada vez cobra mayores víctimas.
De
cierta manera, cada fragmento de munición recolectado en la escena de un delito
no sólo es un “cuerpo extraño” que esparce su potencialidad letal en el tejido
social, sino también una materia ajena
-un volumen sustitutivo- que habla de un “cuerpo ausente”. Finalmente, las
fotografías de esta exposición nos
recuerdan la estrecha reciprocidad que existe entre las nociones de obra y
documento en las prácticas visuales contemporáneas: una imagen puede ser
evidencia; una evidencia puede ser imagen.