Lo que hace que una persona sea una y no otra –escribe Miguel de Unamuno en Del Sentimiento trágico de la vida (1912)- “es un principio de unidad y un principio de continuidad. (…) de unidad primero, en el espacio merced al cuerpo, y luego en la acción y en el propósito”. Esa sentencia no sólo establece de manera general la identidad entre el sujeto y el obrar, sino que sirve de preámbulo para abordar la trayectoria creativa de Gabriela Olivo de Alba, una artista fuertemente motivada por el arte de acción, cuyo trabajo cabalga entre los cenagosos impulsos de la psique y la decodificación crítica del lenguaje somático. Formada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mención Literatura Dramática y Teatro, los sueños, el deseo y la muerte figuran como aspectos recurrentes en sus proposiciones.
En sus acciones e intervenciones la artista evoca distintas experiencias de intercambio ritual, donde los comportamientos están regulados por la costumbre o la tradición, ya sea el velorio (Autofuneral. No me llores más, 2003), el matrimonio (Nupcias, 2006) o las ceremonias en torno a la comida (Mesa ser-vida, 2009). En cada caso, el acontecimiento de referencia es recreado de manera no literal, alterando el sitio donde suelen realizarse estos eventos (la sala de su propia casa en vez de la funeraria, el museo en lugar del palacio de bodas, la galería en sustitución del comedor) o modificando algunos de los elementos que lo integran (las exequias sin cadáver, el casamiento sin novio, la cena con maniquíes) para generar un efecto crítico.
Enmarcada en los complejos debates sobre el género y las representaciones, Mesa ser-vida (su propuesta más reciente) es una acción e instalación que presenta las historias de vida de varias mujeres. Ya emancipadas del fogón y el lavaplatos, “salidas de la nevera” como quien sale del closet, vienen a ocupar la mesa que (al menos en la literatura e iconografía bíblicas) sólo correspondía al maestro y sus discípulos. El milagro que allí se produce no es el de la multiplicación de los panes, sino el de la auto afirmación en el espacio de una cultura concebida y protagonizada por hombres.
Pero: ¿Qué significa “mesa ser-vida”?. Más que un ingenioso juego de palabras hay en esta frase una premisa existencial que transforma el objeto en significado. En la performance de Gabriela, el mantel es también vestimenta y la servilleta es un detonante verbal hecho para activar el diálogo y no para reprimir profilácticamente la indiscreción de una boca abierta.
En torno a la mesa, enfrente o al lado del otro (o de la otra), entre la palabra, el silencio de la masticación y el ruido de los cubiertos, se ventilan asuntos que trascienden el placer de la digestión. Es en el comedor, cuando los convidados se disponen a engullir sus respectivas raciones de alimento no sólo se celebran las delicias del paladar; también se interrogan los silencios y las ausencias. Llega el momento en que lo que entra (el alimento) y lo que sale (la voz compartida de los comensales) se mezcla en una misma respiración, en un aliento coral, aunque no exento de tensiones, reservas y euforias.
En sus acciones e intervenciones la artista evoca distintas experiencias de intercambio ritual, donde los comportamientos están regulados por la costumbre o la tradición, ya sea el velorio (Autofuneral. No me llores más, 2003), el matrimonio (Nupcias, 2006) o las ceremonias en torno a la comida (Mesa ser-vida, 2009). En cada caso, el acontecimiento de referencia es recreado de manera no literal, alterando el sitio donde suelen realizarse estos eventos (la sala de su propia casa en vez de la funeraria, el museo en lugar del palacio de bodas, la galería en sustitución del comedor) o modificando algunos de los elementos que lo integran (las exequias sin cadáver, el casamiento sin novio, la cena con maniquíes) para generar un efecto crítico.
Enmarcada en los complejos debates sobre el género y las representaciones, Mesa ser-vida (su propuesta más reciente) es una acción e instalación que presenta las historias de vida de varias mujeres. Ya emancipadas del fogón y el lavaplatos, “salidas de la nevera” como quien sale del closet, vienen a ocupar la mesa que (al menos en la literatura e iconografía bíblicas) sólo correspondía al maestro y sus discípulos. El milagro que allí se produce no es el de la multiplicación de los panes, sino el de la auto afirmación en el espacio de una cultura concebida y protagonizada por hombres.
Pero: ¿Qué significa “mesa ser-vida”?. Más que un ingenioso juego de palabras hay en esta frase una premisa existencial que transforma el objeto en significado. En la performance de Gabriela, el mantel es también vestimenta y la servilleta es un detonante verbal hecho para activar el diálogo y no para reprimir profilácticamente la indiscreción de una boca abierta.
En torno a la mesa, enfrente o al lado del otro (o de la otra), entre la palabra, el silencio de la masticación y el ruido de los cubiertos, se ventilan asuntos que trascienden el placer de la digestión. Es en el comedor, cuando los convidados se disponen a engullir sus respectivas raciones de alimento no sólo se celebran las delicias del paladar; también se interrogan los silencios y las ausencias. Llega el momento en que lo que entra (el alimento) y lo que sale (la voz compartida de los comensales) se mezcla en una misma respiración, en un aliento coral, aunque no exento de tensiones, reservas y euforias.