Conrado Pittari (1983) tiene casi la misma edad que la telenovela “Leonela”. Nació apenas un año antes de que ésta fuera producida y transmitida por la señal de RCTV en 1984 con Mayra Alejandra y Carlos Oliver en los papeles principales. Se infiere entonces que no pudo ser uno de los espectadores que siguieron los 133 capítulos de aquel culebrón donde la protagonista es violada y desposada por el propio victimario. Aún así, Pittari quiere ”hacer memoria” de un género que considera patrimonial, a pesar de que muchos lo califican como cursi y de mal gusto.
Bajo esa divisa se estructura su primera muestra individual en Venezuela, cuyo título y punto de partida se encuentran en “Leonela”, una de las series dramáticas de mayor rating en la historia de la televisión venezolana. En tal sentido, la propuesta reúne pintura, instalación y video, medios a través de los cuales se establecen ciertas analogías con el discurso de la telenovela. Para ello, el artista toma en cuenta los procesos de mediación y codificación de las imágenes, así como el efecto de los estereotipos narrativos y visuales.
La de Pittari es una “Leonela” reconstruida a pedazos, realizada con fragmentos rescatados en ese océano digital que es la internet, hecha cuadro a cuadro, pixel a pixel. Lo que se muestra es el vestigio de un ritual añejo donde la imagen ha sufrido distorsiones y amputaciones reveladoras, luego de haber recorrido el tubo catódico de la televisión tradicional y la pantalla electrónica del ordenador. Irónicamente, la parábola concluye con una operación de rescate simbólico que utiliza la pintura como soporte de redención patrimonial y la dramatización videográfica como dispositivo de actualización narrativa. De cierta manera, esta es una estrategia que intenta disipar el antagonismo entre arte y cultura popular con un final de telenovela.
A fin de cuentas, la telenovela –como el incesto- une a la familia, aunque sólo sea frente al televisor. Tanto es así que el dramaturgo venezolano José Ignacio Cabrujas llegó a decir que “es lo único importante que hemos hecho en materia de literatura, uso de los personajes, uso dramático. ¡Lo único que Latinoamérica le ha aportado al planeta entero!”, convirtiéndose en “un paradigma de elemento cohesionador y unificador” (Y Latinoamérica inventó la telenovela. Alfadil Ediciones, 2002, p. 23). En ello coincide el escritor mexicano Carlos Monsiváis para quien “las telenovelas han sido uno de los grandes métodos de integración”, desempeñando funciones relacionadas con el modelaje de valores sociales, patrones de consumo y juicios estéticos (Telenovelas. Refundación del hogar a través de la pantalla. Gacemail Nº 132).
Tales consideraciones, sin embargo, no han logrado disipar las reservas y cuestionamientos que recaen sobre este género, generalmente asociado con la frivolidad. Y es que allí, en ese mundo paralelo atravesado por la sordidez melodramática del relato, los personajes están expuestos a pulsiones primarias - amor, desprecio, envidia, rencor, venganza - a cuya exaltación contribuyen la exageración histriónica, el maquillaje y la música. No importa cuan afligidos puedan estar los héroes y heroínas que sufren en la pantalla, al final todo tiene solución: los amantes se juntan, los buenos se salvan y los malos son castigados.