La muestra “Inanimados” de Marylee Coll (1957) presenta una serie fotográfica
centrada en la relación entre la economía informal y la estética doméstica,
partiendo del registro de estatuillas ornamentales de porcelana. Las imágenes
de dichas piezas fueron tomadas por la artista en diversas casas de Caracas donde se realizan ventas de objetos que
pertenecieron a personas fallecidas o que se van del país.
El conjunto propone un relato del
abandono y la pérdida en el momento de la diáspora, de la urgencia o de la
fatalidad, cuando todo aquello que poseemos (incluyendo las figurillas
decorativas), ingresa al mecanismo de las ventas de garaje. Atrás quedaron los
tiempos en que los venezolanos presumían de sus piezas de porcelana europea,
especialmente si eran de Meissen, Lladró o Capodimonte. Ahora esas figuras sólo
son criaturas desarraigadas, abandonadas a la caprichosa deriva que imponen el
gusto y la necesidad.
Los querubines, damiselas,
príncipes, ancianos, bebes y animalitos de porcelana que aparecen en estas
fotografías no sólo son “corotos finos”, ungidos por el abolengo de las marcas
importadas, sino imágenes de una opulencia venida a menos. Sin embargo, Coll se
aproxima a estos objetos como si se tratara de “presencias”, cosas “fuera de
lugar” que en algún momento representaron algo para sus dueños pero cuyo
sentido se ha vuelto confuso en medio del furor de las ofertas.
Coll bordea una zona delicada del
imaginario visual contemporáneo, precisamente esa franja del gusto popular que
establece una relación emotiva con el objeto estético, entendido como la
proyección edulcorada de los deseos de bienestar. Por ello, las piezas de porcelana casi
siempre remiten a una vida más placentera y elemental, donde los animales y las
personas habitan en parajes naturales, jardines y castillos de fantasía, tal
como lo relatan los cuentos de infancia.
No son piezas únicas, sino
productos seriados de gran aceptación en algunos sectores de la población
local. De manera que su valor no está asociado a la exclusividad o carácter
irrepetible del objeto, sino a sus connotaciones afectivas, a menudo expresadas
con volúmenes "sobados" y tonos
"empalagosos".
Aunque nada de esto parece tener
una conexión directa con el mundo real -especialmente con los conflictos de la
Venezuela actual- estas fotografías de objetos de porcelana arrastran consigo el pathos de una serie de valores en decadencia y de expectativas en
declive, que ahora son sustituidas por otras prioridades vitales ante una
encrucijada irremediable. Los talismanes
de ayer, son hoy trofeos sin dueño, expuestos a un destino de incertidumbres.
En síntesis, las fotografías de Coll dejan registro de nuestro inconsciente
colectivo, abriendo la posibilidad de otras narrativas aún a la espera de un
"final feliz".