Vi este trabajo fotográfico de Gustavo Marcano hace escasos años atrás, en un estadio previo al actual, cuando las imágenes que lo componían intentaban sobrevivirse unas a otras y buscaban el modo de interrelacionarse más eficazmente en una posible serie definitiva. Algunos rasgos del conjunto me gustaron de inmediato: el tuteo a los personajes, la recreación ambigua de los lugares entre lo ficticio y lo real, las menudas pero reveladoras incidencias de la situación fotografiada y, quizás como corolario de todo lo anterior, el interés de la propuesta por constituirse como una narrativa alejada de los clichés que asedian la representación de la performatividad maricona[1] tanto entre las buenas como entre las malas conciencias.
En una primera definición del “tema” de esta serie podría decirse que ella documenta la edición del año 2004 del concurso de belleza denominado como “la noche de las luciérnagas”, el cual se celebra anualmente en el marco de los carnavales de Carúpano con travestis como competidoras: una suerte de nueva tradición local de carácter popular. Pero ya se sabe que el tema es siempre un reductor de los significados de las imágenes y que, con frecuencia, el enunciado “objetivo” —o descriptivo— del primero poco tiene que ver con los sentidos que las segundas movilizan.
Quizás el tono “coloquial” de la serie no permite a quien la mira darse cuenta fácilmente de la pericia técnica y constructiva que tuvo que desplegar Marcano para realizar sus fotografías con la apariencia de desenfado y naturalidad que éstas muestran. Sin embargo, resulta imposible no advertir cómo en ellas el evento que se configura originalmente a imitación del arquetípico concurso de Miss Venezuela se convierte en el despliegue de un juego de alteridades distante del perfil del último: una comprensión productiva por parte del autor de la cultura transgresora en que se inserta el espectáculo que registró.
Todos los personajes que desfilan por la historia narrada se saben partícipes de una trama de complicidades, la cual finalmente implica a los espectadores del show travestista y, además –puede que hasta a pesar suyo–, al propio receptor de las imágenes. Esa “noche de las luciérnagas” a que Marcano nos invita es a su manera una politización de la máscara, la diversión, la risa y el tránsito entre géneros; un juego de construcción de la belleza femenina como estrategia subversiva; una performance, en suma, donde el deseo y la fantasía desafían la normatividad social con el poderoso brillo de lentejuelas que antes fueran humildes envoltorios de caramelos.
[1] El término ingles queer, que se puede traducir como “raro, excéntrico en apariencia o carácter”, ha sido usado también peyorativamente con el significado de maricón para aludir a personas cuyos deseos sexuales se orientan hacia otras del mismo sexo; pero en las décadas más recientes este último significado ha sido apropiado en formas de posicionamiento crítico a la normatividad sexual tanto en la teoría como en el activismo político. De este modo, en expresiones como “performatividad queer”, “cultura queer”, “teoría queer”, etc., hoy de uso extendido, el término queer puede traducirse al español como el adjetivo maricón/maricona.